La esquila o cencerro va ligada a la vida pastoril con dos funciones bien determinadas: conocer por el sonido el movimiento y situación del ganado en cada momento, y servir de guías a los rebaños durante la trashumancia con su tintineo.
En la localidad de Mora de Rubielos de Teruel, Antonio
y Álvaro San Martín fabrican estas esquilas partiendo de chapas de acero suave
de 0,8 y de 1 milímetro. Su fabricación comienza por dividir la chapa en
tiras correspondiente al modelo de esquila a fabricar, el artesano toma las medidas
de longitud y anchura, y las corta en guillotina.
En
las piezas rectangulares obtenidas, el artesano corta unas pequeñas muescas en
los laterales, para dar la forma de la esquila al cerrar la chapa. El esquilero
dobla a mano en la bigornia la tira de chapa por la mitad, y golpea con el
martillo hasta darle la forma cilíndrica, una vez cerradas y montadas las
solapas de los laterales. Una arandela de chapa en el exterior de la boca,
permite moldear y reforzar la boca, a continuación pondrá la anilla para
el badajo y el asa para el collar.
Una vez terminada se prepara con una coraza de arcilla que cuando
esté el barro seco se cocerá en el horno dando a la esquila el temple, la
soldadura de sus uniones y el revestimiento de latón. Si durante la cocción se
pegara la arcilla al hierro, el metal fundido no recorrería la superficie de la
esquila y se quedaría sin sonido. Para evitar este inconveniente, el artesano
aplica con una brocha aceite en las esquilas o las forra con papel de
periódico.
En función de su tamaño, cada modelo de esquila necesita un determinado
peso de latón para el revestimiento. Grifos rotos, casquillos de bala y todo
tipo de objetos de bronce o latón, serán guardados por el esquilero en trozos
pequeños para su aprovechamiento.
Para envolver las
esquilas con sus manos, hace una torta cuyo grueso tiene 1 cm, y
distribuye por ella las piezas de latón que tenía reservada y pesadas. Con la
torta envuelve la esquila exteriormente, quedando en contacto las piezas de
latón con el hierro, dejando la boca sin tapar hasta que se haya secado el
barro.
Diferentes tamaños y modelos |
Oreadas y secas las piezas durante algunos días al sol o a la
sombra, el esquilero se dedica a poner bocas. Para este trabajo, va envolviendo
con barro y metal incrustado las esquilas más pequeñas, por tamaños
decrecientes, metiendo unas dentro de otras sin que se toquen, separadas por el
barro y formando un paquete. Luego hace una torta y la pone en la boca para
cerrarla. Unos agujeros para que respire y desprenda los gases producidos en la
cocción, dejan las piezas preparadas para el horno, tras un secado de quince
días o más.
El encendido del horno lo hace por la mañana y utiliza, como
combustible, gas propano. Cuando el fuego es intenso, introduce los paquetes de
esquilas en el horno y las deja hasta que se ponen al rojo vivo. Cuando la
superficie del barro brilla y el humo que sale por los agujeros es de color
blanco, indica que el proceso de cocción ha terminado, las esquilas se enfrían en agua y adquieren el temple. Una fase muy
importante consiste en dar el sonido perfecto a la esquila, refinar es subir o
bajar el tono del sonido. Para ello cada esquila es comprobada y, si es sonido
es grave y o lo quiere hacer más agudo, golpea en la boca con la parte estrecha
del martillo, variando la caja de resonancia.
El esquilero comercializa su producto por toda España y parte del extranjero, en su propio taller de Mora, por Internet, en las ferias de los pueblos
vecinos, o sirviendo los pedidos de las ferreterías que le vienen comprando
habitualmente.
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